[IV] Diana
- Mon Ruíz
- 8 jul 2013
- 2 Min. de lectura
Clara fue mi primer beso.
Estábamos sentadas en el jardín, junto a las rosas rojas. Pero ahora
Clara está rota y no la puedo arreglar. No puedo dejar de pensar cómo
podría romperlo a él. Y lo haremos ésta noche. Todos se pusieron de
acuerdo cuando Clara por fin nos dijo lo que había pasado ¡Clara es tan
valiente! Sarah y yo jamás dijimos nada de lo que nos sucedió.
Primero, buscamos madera en el cobertizo. El profesor ni se imagina lo
que tramamos, porque siempre hacemos juegos como éste, para construir
nuestro club y mejorarlo. Después buscamos un costal. Fue difícil
encontrarlo, pero era de mi tamaño. Todos tenían que memorizar su parte,
porque yo me había curado hace un día y el profesor me usaría de nuevo
ésta noche, a pesar de que dice que me estoy pudriendo más rápido de lo
normal. Y tiene mucha razón.
A las siete en punto nos encerró en su habitación. Se que el plan estaba
funcionando, porque a las siete y cuarto se escucharon gritos por toda la
casa, y por primera vez en mucho tiempo, no eran los míos.
Cuando el profesor Alois salió a ver qué pasaba, todos se escondieron en
el jardín. Yo salí tras de él. En el jardín sólo había un costal, el que
nos costó encontrar, que parecía húmedo y lleno. ¡Todo les había salido
perfecto!
Lo que nunca entendí es porque el profesor nos gritó a todos que éramos
unos monstruos. Se tiró junto al costal donde metieron a Sandra y se puso
a llorar.
Le dije que dejara de llorar. Le dije que sólo la rompimos, como rompió a
Sarah, a Clara y a mí. El trabajo final lo empecé yo, porque nadie quería
hacerlo y uno de los trozos de madera había quedado justo junto a mi. El
punto era romperlo, pero Clara soltó la mano de Luis, que la cuidaba, y
corrió a la cocina. Ni siquiera me di cuenta cuando le metió el cuchillo
al estómago y lo subió por todo su abdomen hasta la garganta.
Mi hermosa Clara, llena de sangre, manchando su hermoso vestidito blanco.
Guardamos todo en el mismo costal, que aventamos al lago que había detrás
del jardín del orfanato.
Al día siguiente volvió Sarah para cuidarnos. Nunca nos preguntó lo que
sucedió y jamás le dijimos nada.
Solo hicimos un pacto: nadie podrá volver a rompernos nunca.
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